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Crónica de una serie de hechos inesperados( Policial)

  • Por Camila Morales
  • 29 nov 2015
  • 7 Min. de lectura

El cuerpo policial forma parte de nuestra ciudad, de nuestro pueblo. Las autoridades están encargadas de resaltar aquello que va en contra de la ley y trabajar para que esto se corrija. En equipo, merodean por las calles de Villa Carlos Paz e incluso, a veces, se encargan de controlar los autos que ingresan y salen de la ciudad. En los últimos años se ha cuestionado si realmente están cumpliendo con este trabajo o no, y de qué manera lo hacen. Esta es la historia de tres jóvenes y el padre de uno de ellos que vivieron en carne propia una experiencia que le cambiara de por vida la manera de ver las cosas.

Diversión en el río

Es febrero del 2015 y el verano está terminando, los arboles tienen un color verde vivo y se puede sentir una brisa calurosa. Todo parece estar tranquilo y los autos circulan por el puente Mansilla sin ningún apuro. Una mujer, con short deportivo y una musculosa suelta, trota escuchando música mientras un hombre viejo y verde la observa sentado en el cordón de la vereda. Villa Carlos Paz es una ciudad y un pueblo al mismo tiempo, con edificios modernos y con espacios para disfrutar al aire libre con la familia y los amigos. La gente de la zona es muy cálida y simpática, incluso más que los santafesinos.

“Los paso a buscar por tu casa a las tres para que vayamos a tirarnos al rio, estén listos para cuando llegue!”Humberto Vanni acababa de dejar el celular sobre su cama para bañarse, comer y luego irse. Después de terminar el plato de fideos con carne, se levanto de la mesa, saludo a su mama, y a sus dos hermanos, Juan y Luz, él de 18 y ella de 17 años. Su familia era muy querida en todo el barrio por su buena disposición y participación en las reuniones del centro vecinal. Si había algo que había aprendido de ellos era que pase lo que pase siempre tenía que seguir adelante y no mirar atrás.

Les aviso que iba a juntarse con sus amigos y que posiblemente volvería cuando oscurezca, cerró la puerta principal y emprendió camino a la casa de uno de sus amigos, Leonel Lupidi, de 24 años. Esa tarde iba a ser como cualquier otra, o al menos eso era lo que ellos pensaban.

Humberto es un chico alto, con piernas robustas y ojos color marrón oscuro. Todo el mundo lo conoce como el simpático y gracioso de la clase. En diciembre del año pasado, cuando termino tercer año, decidió elegir la especialización de ciencias naturales, no porque sus amigos también lo habían hecho, si no porque desde pequeño siempre se intereso por los animales y la naturaleza. Allí, en el colegio Bernardo D Elia, hizo nuevos amigos: Florencia, Valentina, Nicolás y Victoria. Humberto no es de esos chicos que en el verano prefieren quedarse jugando a la computadora, si no que siempre busca aventuras nuevas.

Llego a la casa de su amigo, tocó el timbre, y minutos después salieron los dos: Leonel y Rodrigo, otro amigo de la misma edad que Humberto, que conocía desde que tenía tres años, ambos llevaban la malla puesta ,una de flores y la otra de lunares celestes, lo estaban esperando sentados con el mate listo. La casa es amarilla, con rejas altas y con dos perros ovejeros alemán que cuidan el enorme patio lleno de plantas exóticas y coloridas. El plan era este: iban a pasar toda la tarde tirándose del puente Mansilla hasta las ocho y media de la noche más o menos, y después de comer algo a orillas del rio volverían a la casa de uno de ellos. Al llegar no había casi nadie, tenían todo el rio para ellos, el día se prestaba para ser perfecto, así que sin dudarlo se sacaron las remeras, “el que llega ultimo pierde y paga el asado de hoy a la noche”- dijo uno de los chicos. El agua no estaba ni tan fría ni tan caliente, justo como a los tres les gustaba.

Llegó la noche

Se les había hecho tarde. El reloj marcaba las nueve y media cuando tomaron la basura que habían dejado y la tiraron en uno de los tachos, una bolsa de papas lays, galletitas oreos y una botella de coca cola. Estaban a mitad del puente cuando sintieron que un auto se aproximaba. Sin darle mucha importancia siguieron cantando y bailando una de sus canciones preferidas, era de U2, una banda de pop muy conocida a nivel mundial. Los tres tenían la misma pasión por la música, aquella que los despejaba en sus momentos más tristes, cuando el mundo se caía a pedazos.

De repente vieron que el auto, que estaba detrás de ellos, era del cuerpo de policía. Acto seguido: este acelero y se paro justo en frente de sus narices. Que estaba ocurriendo? Por que los paraban a ellos tres? No era un solo oficial, eran dos, dos opuestos, uno grande con una enorme panza y el otro flacucho como un nene de 13 años que no se había desarrollado. Los miraban con desprecio, con mala cara, hasta que uno de ellos les dijo “súbanse al auto si no quieren tener problemas y rapidito, va, delen”.Ninguno de los tres sabía bien que era lo estaba pasando, empezaba a oscurecer y los policías de la ciudad los estaban reteniendo, sin motivos, no habían desobedecido la ley ni mucho menos habían cometido algún delito. “señor con todo respeto debe entender que acabamos de salir del rio y que ahora nos dirigimos a la casa de mi amigo, a una cuadra “aclaró Humberto, que por fuera se mostraba seguro y firme pero por dentro tenía el corazón que le latía como si recién hubiera terminado de correr una maratón.”A ver pibitos que parten no entienden que nos tienen que acompañar a la comisaria les guste o no, si no los seguimos hasta su casa a ver que dicen sus viejos”.

Al llegar a la casa de Leonel, su padre, Julio, salió de la casa sin entender muy bien qué es lo que estaba ocurriendo. Un hombre respetuoso, alto y bastante caballero de pelo canoso. Estaba vestido de shorts y con una remera de entre casa, en su mano tenía el control remoto y en la otra las llaves de la casa. De repente, en el intento de hablar como personas civilizadas, salió la primera trompada: había sido de uno de los policías. El hombre, desconcertado, trato de protegerse retrocediendo un paso atrás, pero fue inútil, este lo golpeo nuevamente. Su hijo no se iba a quedar de brazos cruzados, no señor! En el momento que avanzo hacia uno de los policías Humberto lo tironeo y lo freno agarrándolo de atrás: “Aléjate de ahí Leonel, te van a pegar como lo hicieron con tu papa”.

Las cosas no iban bien y la madre se encontraba en la puerta de la casa llorando en los brazos de Carola, una señora de aproximadamente 60 años, vecina de la familia. Uno de los policías, el más robusto, comenzó a golpearle la nariz una y otra vez. La sangre le recorría toda la cara y le manchaba su remera. Cuando este quiso defenderse le metió otra puñalada en el pecho dejándolo con dificultades para respirar. Finalmente le llevo las manos hacia atrás y las ato a las esposas que cargaba en uno de sus bosillos.La gente seguía sin hacer nada, habían retrocedido unos metros más atrás, temerosos de que ellos también fueran llevados a la policía. En el momento que la madre de Humberto llego a la casa de los Lupidi, las autoridades ya se los estaban llevando para la comisaria.”Quédate acá Juan y si tardo en volver, cerra la casa con llave y veni a buscarnos “le dijo a su hijo cuando se estaba subiendo al auto con la madre de Leonel, esposa de Julio.

Todos presos

Cuando llegaron a la comisaria los enviaron a las “celdas”, los menores en una y Leonel y su padre en otra. Allí siguieron golpeándolos sin remordimiento alguno hasta que los dejaron por un rato. Salir de aquel lugar no iba a ser tan fácil y la madre de Humberto, Fernanda, lo sabía, sabía que les esperaba una larga noche. Y fue así como ocurrió, mientras ella llamaba a sus contactos para hacer lo imposible, los chicos estaban incomunicados al otro lado de la pared. Tenían frio y por dentro podían sentir un torbellino de emociones, de sentimientos. Era agobiante no saber cómo iba a terminar todo aquello, por cuanto iban a estar allí y si volverían a verle la cara a esos dos sinvergüenza. Las horas pasaban y pasaban, el reloj, que estaba ubicado al fondo del pasillo ya marcaba las tres de la mañana. Humberto, pensativo comenzó a recordar los sucesos, como era posible que de un momento a otro, de pasar a reírse a carcajadas estén encerrados mirándose las caras por haber hecho algo que “iba en contra de la ley”. Se imagino la portada de los diarios locales, los comentarios de la gente que los conocía, de sus profesoras, de sus familiares, en síntesis, de todos. Finalmente, luego de unos minutos se quedo dormido sobre su brazo izquierdo, tenía unas enormes ojeras que le resaltaban su cara y una mirada que lo único que mostraba era la preocupación del momento.

Y se esfumaron las pruebas

El sol había salido cuando dejaron libres a Humberto y a Rodrigo. Fernanda, con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar, corrió hasta su hijo y lo abrazo tan fuerte que, si hubiera sido un frasco de vidrio, lo hubiera quebrado en mil pedazos. La suerte no había sido igual para Leonel y su padre, que debieron quedarse un par de días más. “Lo que importa es que estamos juntos hijo, yo te tengo a vos y vos me tenes a mí, los dos sabemos cómo fueron las cosas y en cuanto salgamos de acá podemos mostrar el video que grabo uno de los vecinos mientras estos malditos abusaban de nosotros”. Ese mismo video ya no existía, misteriosamente había desaparecido del pendrive que le habían entregado a la policía, había quedado en el aire, en la memoria de los testigos, de quienes lo habían visto. “no puedo creer lo que paso, el video era todo lo que teníamos todo lo que necesitábamos “pensaba Juan, el hermano de Humberto, quien lo había grabado. En verdad era toda la evidencia que tenían, estaba todo con lujos de detalles, cada golpe y cada insulto que habían emitido durante, aproximadamente, cinco minutos donde las caras de los dos policías se podían con claridad.

Días después el tema también se había esfumado, Leonel y su padre habían quedado libres. Aunque, tanto los vecinos como la gente del pueblo, denunciaron el hecho una y otra vez, nunca se hizo nada, ni siquiera tuvieron el interés en escucharlos. Por su parte los policías actuaban como si nada hubiera pasado, como si la culpa hubiera sido de aquellos “pendejos del puente”. Pero Humberto y sus amigos no lo sintieron así, el miedo de aquella noche no se comparaba con ningún otro, algo tan espantoso que nadie nunca en la vida

les podrá sacar esas imágenes de su cabeza.

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