Asesino imaginario
- Por Abril Giommetti
- 29 nov 2015
- 13 Min. de lectura

-Adelante –dijo él.
Entré a una sala pequeña y cuadrada, solo había una mesa en el centro y dos sillas a cada lado. Me senté en una de éstas y el oficial frente a mí, el olor a humedad y la luz tenue daban una sensación no muy confortable. A mi derecha había un vidrio donde del otro lado podía observarnos un hombre. Mi pie golpeaba el piso con un ritmo continuo y mis manos no dejaban de temblar. Sólo escuchaba un inquietante silencio, además de mi agitada respiración.
-Okey Rebecca –habló por fin el oficial –antes que nada, soy Bernie –yo solo asentí – ¿sabes que tengo que hacerte algunas preguntas verdad? –y de nuevo gesticulé con mi cabeza un pesado “si” –¿prometes que dirás todo con plena sinceridad? –preguntó mirándome fijamente, lo cual me intimidaba, esta vez no me moví –bueno –frotó sus manos y suspiró –entonces dices que fuiste obligada…
-No es eso –lo interrumpí –obligada es la palabra equivocada –levanté la vista hacia él.
-¿Entonces qué?
-Me convenció.
-Te convenció este… tu amigo
-Se llama Jess –dije en un tono serio.
-Jess –repitió el nombre y anotó unas palabras en su libreta –dime Rebecca, ¿tú te haces cargo de todo lo que hiciste?
-Claro –respondí segura- yo y también Jess.
-No lo entiendo –frotó su frente con los dedos -¿cómo es qué nadie lo ha visto? ¿Ni tu propia familia?
-Solo yo puedo verlo.
-¿Cómo un amigo imaginario?
-Él es más que eso, es distinto.
-¿Y cómo llego a convencerte de hacer todo esto? ¿Hace cuánto vez a Jess?
-¿Tienes tiempo? Para eso tendremos que volver al pasado –sonreí y me prepare para contar una larga historia.
Rebecca, o como a ella le gustaba que le dijeran, Becca, no siempre fue una niña normal. Su madre, Carol, y su padre, Will, se habían mudado al pequeño pueblo de Prescott Valley, Arizona, antes de que ella naciera. En sus primeros años de vida, ambos notaron que siempre actuaba de una forma rara, era diferente a otros niños. La llevaron tanto a médicos, como psicólogos y, supuestamente, se trataba de autismo, lo cual produjo que ella creara un amigo imaginario, o eso era lo que Becca decía. Cuando cumplió los diez años fue donde todo empeoró, sus padres la encontraban por las noches hablándole a la nada, caminando y haciendo cosas sin sentido alguno. El otro error, fue su creencia de que era sonámbula y solo había que seguirle la corriente y llevarla de vuelta a su cama, como normalmente se hace con los sonámbulos. Carol siempre tuvo sus sospechas, pero el hecho de que algo malo le ocurriera a su hija hacía que sacara de su cabeza cada pensamiento sospechoso.
Seis años después, Becca ya era una adolecente normal, aunque se trataba de una falsa apariencia. Durante el día, intentaba lo mejor posible ocultar sus sombras y secretos, pero a la noche aparecía Jess, y ahí es cuando todo cambiaba.
-¿Tu y Jess eran muy unidos?
-¿Qué clase de pregunta es esa? –por su mirada, noté que no me entendió –claro, está conmigo desde que tengo memoria.
-¿Lo veías sólo por las noches? –apoyó su mentón sobre su palma.
-Por supuesto, no podíamos dejar que alguien más lo vea, aparte de que yo tenía que hacer mi trabajo de forma súper secreta –sus ojos se abrieron un poco.
-¿Qué trabajos? –preguntó sorprendido.
-Los que me ayudaron a eliminar a los de la lista –sonreí al recordar cómo, durante días, realizábamos esa lista con Jess. Sus sorprendentes historias hacían que cada vez estuviera más convencida de ayudarlo. Al parecer Bernie se puso nervioso al ver mi rostro contento debido al recuerdo, porque comenzó a moverse incómodo es su silla y miraba de reojo al otro oficial que observaba.
-Cierto, me había olvidado la lista –rebuscó en una caja y de allí saco un fino papel, todo borroneado y desgastado. Esa era mi preciada lista.
-¿De dónde la sacaste? –lo fulminé con la mirada.
-Los agentes la encontraron en tu habitación –respondió, su voz sonaba distinta, definitivamente me tenía miedo. Pero él no sabía que yo no iba a hacerle ningún daño, no me servía de nada –esto es increíble –contempló la hoja repleta de letras –hay miles de anotaciones sobre cada persona, direcciones, números de teléfonos, familiares, de todo –claro, una serie de asesinatos no sucede así de la nada, requiere meses o incluso años de organizar y planear cada mínimo detalle para que todo salga a la perfección. Al parecer a mí me falto más tiempo, si el plan se hubiera alargado para un par de semanas tal vez no nos hubieran descubierto -¿Cómo conseguiste todo esto?
-Fácil, interactuar con el enemigo, ya sabes, ganarse la confianza de esos pobres inútiles –suspiré, pensar en cada vez que tenía que fingir que era “amiga” de todos ellos, me estresaba.
-¿Te tomó mucho tiempo obtener esos datos? –de nuevo su expresión demostró interés.
-Ni te lo imaginas.
La primera víctima era Rose James, estudiante de último curso del instituto Prescott. Era conocida por ser la típica antisocial, lo cual le facilitó a Becca conseguir ser su amiga. Desde el primer día que se acercó a ella, Rose sintió esperanza de que por fin podría tener un verdadero amigo, alguien que la acompañaría en esos días de soledad, que la escucharía y podría darle consejos. Cayó tan bajo que en un par de semanas, si Becca le pedía el número de su cuenta bancaria, ella de seguro se lo daría.
Cuando todos los datos necesarios fueron recaudados, Rebecca la abandonó así sin más, dejando a Rose completamente destruida, dicen que tuvo que dejar el instituto el último semestre para ser atendida por un psiquiatra. ¿La razón? Se quiso suicidar.
Segunda víctima, Marco Dallas. Él era su vecino y el plan para que caiga en la trampa no fue tan difícil, se basó en ir a visitar seguido a la familia Dallas y cuando tenía la oportunidad, ella hablaba con Marco y poco a poco él se iba abriendo. Tardó casi dos meses en conseguir que él le dijera todo lo que necesitaba, pero lo logró, y de la nada, Becca desapareció de su vida. Al igual que hizo con Rose, no contestaba sus llamadas, ni mensajes. Cuando Marco iba a visitarla, ella convencía a sus padres de que le dijeran que no se encontraba en casa y que luego les explicaría por qué no quería verlo. Aunque en realidad nunca lo hizo, esa “pelea” quedó en un simple recuerdo.
Luego tenemos a Emma y Aisha, mejor conocidas como las gemelas Miller. Becca las conocía, fueron juntas a la primaria, nunca les cayó bien. Las gemelas venían de una familia rica, eran egoístas y prejuiciosas. Siempre les encantó molestar a los demás, y ahora que estaban en secundaria, se convirtieron en las más populares del décimo grado.
Becca tuvo que hacer mucho para lograr unírseles. Primero entró a la clase de biología avanzada, allí comenzaron a hablar por primera vez con ella, pero todavía le faltaba mucho. Comenzó a asistir a todas las fiestas que se organizaban por los populares, con eso hizo creerles a las Miller de que podría ser parecida a ellas. Y por último, se unió al equipo de porristas, algo que Rebecca odio toda su vida, pero si lo hacía, ganaría por completo su jugada final.
Pasado un semestre completo, ella ya caminaba por los pasillos junto a Emma y Aisha. Le sobraba información, todo había salido bien. Como las gemelas se irían de vacaciones a Europa, aprovechó la oportunidad para alejarse de ellas y jamás volver a hablar con esas dos engreídas.
-Tengo que admitirlo –asintió mientras miraba a la nada –estoy sorprendido .Bernie me observó una vez más.
-Gracias –dije orgullosa –pero también se lo debo a Jess, él fue mi mejor consejero.
-Espera –volvió a mirar la lista –te faltó hablar de…
-Liam –lo interrumpí antes de que pudiera terminar la frase. Mi expresión pasó de ser calmada a triste, pero me reincorporé rápido.
-¿Por qué no me hablas de él? –no, no, no. Volver a eso otra vez siempre me deprimía.
-Es complicado –mi voz sonaba dura, pero en mi interior me dolía.
-Te gustaba –primero me impactó su comentario, pero recordé que habían revisado mis cosas, y con ello me refería a mi diario.
-Si… no sé, eso creo.
Liam Brooks era nuevo en el pueblo, venía desde Inglaterra a visitar el lugar donde se había criado toda su infancia. Tenía veinte años, era estudiante de la universidad de Cambridge y pasaría sus vacaciones de verano en Prescott junto a sus abuelos.
En su primer día, salió a caminar por las vacías calles para despejar su mente de los estudios y concentrarse en los lindos recuerdos que éste lugar le traía. Sus pesados pasos lo llevaron hasta su restaurante favorito, Blackboard Café. Entró y se sentó en el mismo lugar donde solía hacerlo, al fondo del lado de la ventana. El olor a la comida y las viejas mesas de madera hacía que imaginara las veces cuando iba allí con su padre, pedían lo de siempre, un batido de chocolate con waffles. Luego de esperar algunos minutos, una camarera se acercó a él.
-¿Ya sabes qué ordenar? –Liam se quedó mirándola, era una chica muy joven, tenía un largo cabello oscuro al igual que sus ojos. Su piel estaba algo bronceada y para su gran altura, era muy delgada.
-Si –contestó desconcertado y pidió su comida.
-Okey, enseguida sale –mientras la joven se alejaba, él la seguía con la mirada.
-Recuerdo que mi padre me insistió por semanas para que trabaje en su restaurante, hasta que por fin le dije que sí. Ese día iba a buscar datos sobre quién era el último de la lista, hasta que apareció frente a mis ojos. Lo reconocí por la foto que Jess me había dado –aunque en persona era mucho más atractivo, pensé –grandes ojos cafés, llevaba siempre el pelo enmarañado y era de un color castaño. Se notaba que hacía ejercicio por su estado físico y era altísimo.
-¿Qué hiciste cuando lo viste? –preguntó interesado en la historia.
-Nada –me encogí de hombros –actué de lo más normal, pero sólo hasta cuando se fue del lugar.
-¿Qué pasó?
-Junto a la propina me dejo su número anotado en un papel, típico –dije poniendo los ojos en blanco como si no me importara, pero recuerdo que aunque no lo quería admitir, me había puesto contenta. Liam era un chico guapísimo, y el que me hubiera dado su teléfono era algo irreal para alguien como yo.
Cinco días después, Liam volvió a Blackboard Café solo para visitar a Becca. Estuvo buscándola un rato hasta que ella salió de una puerta que se encontraba atrás del viejo mostrador. Al parecer era la única camarera del lugar, porque a pesar de la mala cara que puso Becca al verlo, tuvo que ir a pedir su orden.
-Hola –habló Liam calmado, ella se sintió incomoda.
-¿Qué vas a ordenar? –le respondió con un tono seco.
-Solo un café –él mostró sus perfectos dientes en una amplia sonrisa.
Sin siquiera contestarle, se fue. Pero a los cinco minutos volvió con el café.
-¿Por qué no llamaste? –le preguntó mientras miraba por la ventana. Becca, debido a la sorpresa que se llevó por aquella simple pregunta, casi tira todo.
-¿Por qué habría de hacerlo? –enarcó una ceja astuta.
-Buena respuesta –Liam llevó la taza a su boca, tomo un sorbo tranquilo mientras la miraba directo a los ojos. Ella no sabía por qué, pero sus pies no querían irse de allí –Tal vez deberías darme la oportunidad –soltó con un tono seductor.
-No lo creo –lo miró rebajándolo fingiendo desagrado, cruzó sus brazos y se marchó por donde vino.
-Después de varios días sin que él aparezca decidí llamarlo.
-¿Contestó?
-A los seis segundos –reí- hablamos un largo rato, hasta que me invitó a salir y yo acepté.
-¿En ese momento ya te atraía?
-Un poco –bastante –recuerdo que era un jueves y saldríamos el sábado. Siempre había dudado si seguirle la corriente, hasta que recordé que Liam era mi última víctima, no podía sentir nada por él, no debía. A demás tenía a Jess conmigo, no me hacía falta otro chico en mi vida. Aunque Jess no fuera mi novio, era mi compañero de vida, juntos nos sentíamos bien. Yo creía que me veía como una hermana, hasta que la relación con Liam avanzó.
-¿Entonces de qué manera te veía? –frunció el ceño confundido.
-Estaba enamorado de mí.
El romance de Liam y Rebecca fue como aquellos clásicos amores de verano. Al principio ella no estaba muy convencida de salir con él, lo único que la impulsaba a seguir era recordar que mientras más se acercara, más datos conseguiría. Pero la situación tomó un giro diferente. Becca sintió algo que le resultaba familiar, procesó ese sentimiento durante un largo tiempo hasta que lo asumió, Liam realmente le gustaba. Pero no podía enamorarse, muy pronto tendría que quitarle la vida, y eso la agobiaba.
Desde las primeras veces que salieron, ella sentía la presión de Jess la mayor parte del tiempo. No entendía muy bien por qué él siempre quería entrometerse, ella no estaba haciendo nada malo. El problema eran los celos de Jess, no la dejaba siquiera poder hablar en algunas ocasiones, la presionaba y la perseguía a todos lados.
Una noche, mientras Becca y Liam cenaban, él le tiraba algunos piropos, pero pronto apareció Jess. Le susurraba cosas a Rebecca y esto hacía que se enfadara, soltó un grito al aire y Liam comenzó a observar a su alrededor para saber a qué o quién le gritaba, pero no pudo notar nada. Ella intentaba explicarle que a veces su estómago le molestaba y por eso gritó, una excusa muy estúpida pero Liam se lo creyó.
Y no sólo fue aquella noche, varias veces Jess, junto a sus celos, se aparecían y molestaban a Becca. Un día, ella lo enfrentó, le preguntó qué rayos le pasaba y cuál era la necesidad de seguirlos a todos lados. Él le dijo que solo tenía que fingir ser su novia, no hacerlo real, y aunque eso era verdad, ya era demasiado tarde, ella se había encariñado con Liam.
-¿Es muy necesario matarlo? –sabía la respuesta, pero valía la pena intentarlo.
-Si –le contestó él serio –y si no lo haces tú y pronto, lo haré yo –sin nada más para decir, se alejó molesto.
-¿De verdad no querías hacerlo? –habló Bernie, estaba alucinado por la historia.
-No –dije casi en un susurro.
-Entonces era como una pelea entre tu mente y tu corazón.
-Ehh no, era una pelea entre Jess y yo -¿Qué parte no entendió?
-Es casi lo mismo –claro, él, como todos los demás, nunca me cree cada vez que le repito que yo no inventé a Jess, es real, sólo que no lo ven. –Y entonces, ¿Cómo conseguiste matarlo?
-Con ayuda, una mala ayuda.
El verano estaba acabando, Becca tenía todos los datos, pero de verdad que no quería matar a Liam. Era un chico realmente amigable, le enseñó a ver pequeñas y bellas cosas sobre la vida, a tener más confianza en ella y le demostró lo independiente que podía ser. Rebecca le había hablado sobre Jess, pero le mintió diciéndole que estaba de vacaciones el Hawái. Liam supo abrirle los ojos, ahí fue cuando ella cambió su decisión, no lo mataría y no permitiría que nadie lo haga. Ella quería a Jess, lo amaba, significaba mucho para ella, no quería decepcionarlo, pero tampoco borrar al que podría ser el amor de su vida. Esto se había convertido en un triángulo amoroso, del cual Becca no podía escapar.
Tardó días en pensar cómo le diría a Jess que ella no iba a hacerlo, que el plan había llegado a su fin y que no había razones para deshacerse de un chico como Liam. Hasta que tomó coraje y le dijo, le contó todo, lo que pensaba, lo que quería y cada una de las razones por la cual estaba convencida de terminar con todo ahí. La furia de Jess hizo que Becca sintiera un miedo que jamás sintió, nunca antes lo había visto así. En ese preciso momento, mientras discutían, alguien tocó a la puerta, y quién peor para interrumpir que Liam. Ella lo amenazó para que no hiciera nada y fue corriendo a abrirle.
-¿Qué haces aquí? –se esforzó para que el tono de su voz no reflejara el miedo que sentía y que su cara no se vea tan mal.
-Solo quería visitarte –él le sonrió dulcemente -¿Acaso no puedo?
-Si si –rió falsamente –pasa.
Ambos se sentaron en el sofá de la sala de Becca y comenzaron a charlar sobre cualquier cosa. Cuando ya no les quedaban más palabras, encendieron la televisión y se pusieron a ver la primera película que encontraron. Todo iba muy bien, hasta que Liam sintió un fuerte golpe en la cabeza, luego su visión se tornó algo nublosa y por último, desmayó.
-¿¡Por qué hiciste eso!? –ella no podía creer lo que Jess había hecho, con un simple golpe en la nuca, logró que el pobre de Liam llegara al final de sus días.
-Te lo advertí, o lo haces tú o lo hago yo –dijo tranquilo –aparte, no te alteres, sólo se desmayó, mira, está respirando –Becca notó como el pecho de Liam se inflaba de a poco.
-Podrías haberlo matado.
-No sin ti –de repente, Jess hizo que ella tomara entre sus manos una navaja.
Becca insistía, pero una gran presión había sobre sus manos y hacía que estas se acercaran cada vez más el pecho de Liam.
-¡¡Jess!! –Estaba realmente desesperada –por favor, no lo hagas, no me obligues a hacerlo.
-Tarde –y esa fue la última palabra antes de que el pequeño cuchillo atravesara a Liam.
Lagrimas caían recorrían en rostro destruido de Becca, todo había pasado muy rápido. Intentó ver si aún seguía con vida, pero nada, no había respiración, ni pulso. Escuchó dos pasos, la puerta abrirse y luego a su madre gritando desaforadamente. Intentó explicarle que ella no lo hizo, ¿pero quién le creería? Al voltear la vista, Jess ya no estaba y ella llevaba la navaja en sus manos.
Me sentí tan mal al contar esa historia, un hueco se abría en mí y ya no me importaba más nada, quería llorar, solo eso.
-Escucha –Bernie se me acercó –lamento decirte esto, pero tienes que aceptar que tú fuiste.
-¿Por qué nadie me cree? –limpié mi cara con la manga de mi brazo, odiaba que la gente me vea así y más un tipo como él.
-Cariño, Jess no existe, entiéndelo -un ruido ensordecedor se escuchó del otro lado de la sala, creo que fue un disparo. Ambos nos agachamos pero pronto la puerta se abrió.
-¿Qué dijiste? –no podía creer lo que estaba pasando, esa voz la reconocía de aquí a mil kilómetros. ¿Qué hace aquí? ¿Qué? ¿Por qué?
Di media vuelta y ahí estaba, su cabello lacio y negro, sus penetrantes ojos verdes y su sonrisa maliciosa. Vestido con sus pantalones oscuros y su chaqueta de cuero negra. Me observó, y al verlo, me transmitió cierta confianza.
-¿Y tú eres? –preguntó Bernie confundido.
-¿Yo? Bueno… tal vez me conozcas como Jess –el oficial abrió los ojos como platos, lo miró, luego esa mirada se posó en mí.
-Entonces –apenas podía decir una palabra.
-No estoy chiflada –confirmé su duda.
Rápidamente vio si estaba el tipo del otro lado del cristal, ese que nos observaba, y como se lo esperaba, no estaba allí. Intentó sacar su arma pero Jess no lo permitió, le proporcionó un golpe seco en la nariz que hico que Bernie cayera al suelo y de sus fosas saliera un poco de sangre.
-No me mates, te lo suplico –lloraba y alzaba las manos rindiéndose.
-Tranquilo –Jess se acercó a su oído –seguirás con vida, tu no me sirves.
-No lo entiendo –lo miró asustado -¿Por qué los elegiste?
-Por venganza –salió de la habitación y yo detrás de él.
Comentários